sábado, 14 de noviembre de 2009

La Rata

La rata.

Pepe se encuentra inquieto en su butaca. La clase de matemáticas siempre le ha parecido la más aburrida del mundo. El álgebra no sirve para calcular su ansiedad y sí para multiplicar la esquizofrenia. Nunca ha sabido para qué carajos sumamos X con Y, pero presiente que todos los teoremas son pretextos para entretenernos mientras que los políticos se atascan de dinero del pueblo. De momento a momento se asoma con insistencia por la ventana. Su cuateel pelos” no debe tardar.

Recibe el consabido regaño de problemas (así le dice él al profesor de matemáticas) por no contestar a su pregunta. Las palabras de problemas no tienen ningún significado para Pepe. Lo que realmente cuenta es ser dueño de algo: de un auto de lujo, del teléfono celular de moda, de ropa y zapatos de marca, de perfumes caros. Todo tiene un precio. Nada es gratuito. Pero no, la escuela no es el camino. El pelos sí que sabe vivir. El carrazo y las nenas que se carga son su distintivo.

Ha sonado el timbre que indica la hora de la salida. Pepe sale apresuradamente de la escuela y se ubica en un lugar estratégico para ver la llegada del pelos. La ciudad huele a polvo. La tristeza está marcada en cada rostro. La risa de sus compañeros es ausencia. La confianza en el futuro sólo es una mercancía que pagas cara a fuerza de estar pegado a la T.V. La miseria está en todas partes pero sobre todo aquí y ahora.

Zigzaguea por la banqueta cuando el pelos lo topa acompañado de unas chavas.

- Bueno, quién quiere forjar?

- Tú mero, ya`stas en eso.

- Cámara, nomás echen aguas.

El tetrahidrocanabinol se escurrió en el papel arroz, envolviéndose entre sus inquietas falanges como si fuera su propia voluntad y destino.

- “…La mota saca cosas que el hombre se calla…”

- Ora, no se claven.

- Lo mejor de lo mejor está en las pastas.

- ‘Tas güey, la neta de la neta está en el polvo, pruébalo Pepe.

- Mejor le entramos a las dos cosas ¿Qué no?

Las calles están vacías, los Bancos llenos. Polvorosas e iguales a las cotidianas miserias de los del barrio. Los pasos de Pepe, inseguros, se dirigen a su casa. En el camino, se ha incrementado su miedo, su angustia. Todos lo vigilan. Por las ventanas la gente se ha asomado y le persigue con la mirada. Las sombras de la noche cobran formas infernales. Tiene que huir. Tiene que llegar rápido a su casa. Sólo allí se sentirá seguro.

¡¡¡Horror!!! Una enorme; una gigantesca rata le persigue. Su corazón parece salirse de su envoltura. Es una impertinente matraca. ¡Huye Pepe, huye! ¡Huye Pepe, huye! Por fin ha llegado a su casa y tiene dificultades para insertar la llave en la cerradura. Por fin lo logra. Sube rápidamente a su habitación. Pone play a su estereo. La música surge de las paredes. Notas aterciopeladas acarician sus sentidos. Luces caleidoscópicas surgen de todas partes. Todo es hermoso si no fuera por esa terrible angustia que oprime su pecho. Revisa minuciosamente sus manos. Son transparentes y puede ver con claridad como viaja a gran velocidad la sangre por sus venas, sus arterias, sus órganos.

Un ruido apenas perceptible le ha llamado la atención. Voltea horrorizado a la puerta y ahí está de nuevo aquella enorme, peluda y apestosa rata. Corre despavorido y toma el bat que usa para jugar al beis bol. La rata le persigue y chilla erizando la piel de Pepe. Descarga, horrorizado, varias veces el bat sobre distintas partes del cuerpo de la rata. Con horror, toma una toalla y arrastra a la rata, de una de sus repugnantes patas hacia abajo, por las escaleras. Un grito ensordecedor, lleno de terror, de angustia, de desesperación se escucha desde abajo:

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Pepeeeeeeeeeee!!!!!!!!!! ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¿Qué le hiciste a tu hermanita?!!!!!!!!!!

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